Dicho Documento de Consenso ha sido recientemente publicado y se
puede acceder a él desde la página web de la SET. Dada la relevancia
del tema, a continuación se reproducen las recomendaciones señaladas en
el citado Documento de Consenso:
Recomendaciones
1) Debemos impregnar la labor clínica en trastornos adictivos de los
conocimientos que nos proporciona la investigación en neurociencia. Un
profesional que comprenda los procesos mentales y cerebrales que se
alteran en los trastornos adictivos parte con ventaja a la hora de
entender mejor al paciente, de desarrollar una formulación
biopsicosocial global, y de ponerla en práctica en el contexto de un
plan terapéutico integral.
2) Existe suficiente apoyo empírico para considerar la adicción como
una alteración del funcionamiento cerebral, entendido este como una
interrelación entre elementos genéticos, bioquímicos, cognitivos,
emocionales, comportamentales y relacionales. Todos estos elementos por
separado son necesarios para explicar la adicción, pero ninguno de
ellos por separado es suficiente para definirla. Como consecuencia de
lo anterior se requiere un abordaje desde múltiples disciplinas y
promover la adaptación y el diseño de tratamientos que contemplen la
rehabilitación de las funciones cerebrales alteradas.
3) El método de intervención debe incluir contenidos teórico-prácticos y centrarse en las necesidades individuales reales.
4) El deterioro cognitivo asociado a la adicción puede ser previo
al contacto con las sustancias y actuar, en esa medida, como
favorecedor del desarrollo de pautas de consumo disfuncionales. Este
deterioro puede estar originado bien por causas genéticas (pobre
dotación génica, rasgos temperamentales, funcionamiento endocrino),
bien por la incidencia de condiciones ambientales (pobreza estimular,
estrés psicosocial, experiencias traumáticas tempranas, ambiente
empobrecido, etc.), bien por la interacción de ambas.
5) El proceso adictivo puede favorecer un funcionamiento
neurocomportamental inadecuado, agravando déficits previos o
estableciendo un funcionamiento inadecuado sobre una base adaptativa.
6) Los tratamientos deben tener en consideración el punto de partida
de cada sujeto en su relación con la droga. El retorno a las
condiciones de línea base no debe ser necesariamente el horizonte del
programa de rehabilitación: puede intervenirse sobre un buen número de
condiciones previas deficitarias que favorecieron la adicción y podrían
fomentar la recaída en el consumo problemático.
7) El hecho de no consumir drogas no garantiza un funcionamiento
neurocognitivo adecuado: esta es una variable que se distribuye
normalmente en la población general. Hay que tener en cuenta el
ambiente en el que se mueve el adicto, tener en consideración las
limitaciones que pueda presentar y procurar modificar aquellas que no
favorezcan el proceso de rehabilitación.
8) Estos déficits cognitivos pueden suponer un hándicap para que el
sujeto en tratamiento se beneficie del mismo, favoreciendo una pobre
adherencia, dificultando tanto la asimilación de contenidos como el
ensayo de nuevas conductas en su ambiente real y provocando abandonos
tempranos. Por ello, es de vital importancia evaluar el rendimiento
neurocognitivo y efectuar un diseño estratégico de incorporación
individual a las distintas fases de cada programa.
9) La incorporación de técnicas, instrumentos y métodos de
evaluación neurológica, neuropsicológica y ocupacional puede mejorar la
comprensión del problema a tratar, facilitar el diseño de programas
individualizados de tratamiento y aumentar los niveles de éxito de las
diferentes inter-venciones. Esta evaluación no puede suplir a la que
explora otras condiciones relacionadas con la adicción (variables
asociadas al consumo, evaluación psicopatológica, estudio familiar,
exploración física, análisis funcional de la conducta, evaluación
ocupacional, evaluación social, etc.), sino que debe complementarla
para establecer las capacidades del individuo para beneficiarse del
tratamiento.
10) La evaluación neuropsicológica puede resultar de utilidad como
un método objetivo adicional para evaluar la evolución de los pacientes
a lo largo del proceso de evaluación y tratamiento, funcionando como un
factor pronóstico y como método adicional para evaluar la eficacia de
los tratamientos.
11) Se requieren métodos de evaluación que incrementen la validez
ecológica de las estimaciones, es decir, que evalúen el rendimiento de
los sujetos en condiciones naturales. En este sentido, la evaluación
ocupacional puede potenciar la validez ecológica del resto de
disciplinas, valorando el rendimiento de los sujetos en tareas de la
vida diaria.
12) Para atender a los déficits atencionales y de procesamiento de
la información sería necesario elaborar adaptaciones específicas en el
tratamiento, tales como utilizar distintos soportes o
materiales durante el mismo, ajustar la duración y frecuencia de la
terapia, plantear un tiempo de descanso, establecer feedback y
preguntar más a menudo a los pacientes.
13) Se sabe que durante los estadios iniciales de abstinencia las
alteraciones neuropsicológicas son más importantes, por lo que sería
relevante evaluar y en su caso reforzar el control inhibitorio durante
estos períodos de mayor riesgo de recaída. El control inhibitorio y
alteraciones clave en la toma de decisiones serían dos aspectos de
notable importancia sobre los que intervenir desde las primeras fases
del tratamiento.
14) Muchas de las alteraciones psicopatológicas que se presentan
asociadas a la adicción pueden estar explicadas por las mismas
alteraciones en el funcionamiento cerebral que se observan en la
evaluación psicopatológica, o ser consecuencia de ellas como correlato
de una inadecuada gestión de los propios recursos o de la interacción
con el entorno físico y social. En esa medida no basta con acumular
diagnósticos, sino que es preciso comprender cómo los diferentes
problemas y manifestaciones psicopatológicas se relacionan entre sí.
15) En tal medida es posible que un abordaje integral, basado en el
funcionamiento cerebral, pueda dar cuenta de muchas alteraciones
psicopatológicas concomitantes a la adicción, reducir su intensidad,
posibilitar la readaptación o recuperar un funcionamiento psicológico
adecuado.
16) Abordajes terapéuticos con un mayor énfasis en producir cambios
en el estilo de vida y dotar de habilidades y conductas alternativas e
incompatibles con el uso de drogas, podrían funcionar como variables
mediadoras de recuperación y mantenimiento de resultados a largo plazo.
17) El objetivo final de los tratamientos debe ser la mejora en la
calidad de vida de los pacientes, sea cual sea el nivel de rendimiento
cognitivo que se consiga alcanzar. Incluso en personas que mantengan
déficits cognitivos importantes, la rehabilitación debe considerar las
modificaciones ambientales necesarias para procurar un desempeño
adecuado en la vida cotidiana. Dicho de otro modo, los tratamientos no
deben perseguir un funcionamiento cognitivo óptimo en cada sujeto, sino
la optimización de los recursos más adecuados al mejor nivel de
rendimiento posible para cada persona.
18) El fundamento principal de los programas de rehabilitación debe
ser el respeto por el paciente adicto, al mismo nivel que el que merece
cualquier otro paciente, sea cual sea su afectación. Esto incluye la
obligación de los profesionales en la actualización de sus
conocimientos, la desestimación de tratamientos agresivos o que anulen
la capacidad de decisión de los pacientes, la segregación en
dispositivos y redes paralelas o cualquier otra forma de
discriminación, estigmatización, o sumisión a intereses morales,
políticos o comerciales.