La adicción a los psicofármacos es un problema grave y cada vez más frecuente. Entre los años 2004 y 2009, el consumo de tranquilizantes había aumentado en un 40% en España. Hay diferentes tipos de psicofármacos, pero los tranquilizantes (como los sedantes, los hipnóticos y los ansiolíticos) generan más problemas de abuso que cualquier otro. Además, su excesivo consumo es un lastre para las arcas del sistema sanitario público. Sólo en tranquilizantes, el Gobierno desembolsa cada año cerca de 231 millones de euros.
Cada vez se atiende a más personas por problemas derivados del abuso de los psicofármacos, una cuestión que afecta más a mujeres que a hombres, porque ellas los consumen en mayor medida. La primera dificultad para solucionar esta adicción es que muchas personas son adictas, pero no son concientes. Además, estos medicamentos son legales, fáciles de conseguir y, sobre todo los tranquilizantes, baratos. Lejos queda del perfil del adicto a drogas ilegales, como la heroína, asociado a población marginal y con mala salud.
El factor importante para hablar de una adicción no es el tiempo que dure la toma de psicofármacos, sino la necesidad de tomar más cantidad para conseguir los mismos efectos, la incapacidad de enfrentarse a situaciones de la vida sin tomarse una pastilla, el miedo a quedarse sin ellas. Es una adicción que afecta a tres niveles: el fisiológico, porque el cuerpo pide más dosis; el cognitivo, pues el pensamiento de la persona está centrado en conseguir o consumir las pastillas; y el conductual, porque algunas personas realizan acciones que nunca harían si no tuvieran la adicción.
Es infrecuente que una persona sea adicta sólo a estos medicamentos. La combinación más habitual es la adicción al alcohol y los psicofármacos, seguida de alcohol, cocaína y psicofármacos. Muchas personas llegan a la clínica convencidas de que su problema tiene que ver sólo con un tipo de droga (legal o ilegal) y se debe decirles que también tienen un problema con los tranquilizantes.
Los psicofármacos no tienen la mala fama del alcohol, la cocaína, el cannabis o la heroína. Por eso, numerosas personas con problemas de dependencia no son conscientes de ello. Como se los ha recetado el médico, piensan que no pasa nada. Sin embargo, sólo si se consumen bien no habrá ningún problema.
Una explicación para el abuso de tranquilizantes es que muchas personas se acostumbran a evitar la ansiedad y las situaciones que la provocan. Prefieren el atajo de la pastilla antes que enfrentarse a los problemas con sus recursos personales y, así, no aprenden a gestionar su ansiedad. Los afectados pueden ser de edades y niveles sociales muy diferentes, pero comparten unos rasgos comunes: sufren miedo, acostumbran a padecer síntomas depresivos, evitan las situaciones que les causan ansiedad y han interiorizado que no pueden resolver sus problemas sin fármacos e, incluso, los toman antes de una situación que, tal vez, les pueda crear ansiedad.
Por otro lado, las personas adictas tienen una predisposición biológica a serlo. No todo el mundo que toma psicofármacos o que no sabe enfrentarse a la ansiedad desarrolla una adicción. Todas las drogas actúan en el sistema de recompensa cerebral. Cuando un acto es placentero, el cerebro quiere que se repita. Pasa con el sexo, con la comida, con la diversión. Y las drogas en general actúan en este sistema. Los tranquilizantes causan el efecto placentero de reducir la ansiedad. Además, es una adicción que no avisa: poco a poco se aumenta la dosis y llega un día que ya no hay vuelta atrás.
Aparte de los factores biológicos y psicológicos, es necesario señalar otras causas que provocan el continuo aumento de su consumo en España. Vázquez-Roel pone el acento en la saturación del sistema sanitario público, que deja poco tiempo por paciente al profesional y lleva a que éste «saque rápidamente el recetario. Esto origina otro problema, que la factura farmacéutica sea muy elevada». Además, la psicoterapia privada exige un desembolso económico que no todo el mundo está dispuesto a asumir.
Los expertos recomiendan que, siempre que se quiera reducir o interrumpir el consumo de psicofármacos, se haga bajo control médico. En España hay numerosas clínicas de desintoxicación donde se tratan diferentes adicciones. Hay que ponerse en manos de un profesional. Cuando ingresa alguien, primero se investiga qué consume y en qué cantidad, para calcular cuánto se puede bajar la dosis sin que haya síndrome de abstinencia, que en el caso de los tranquilizantes, es muy duro. Si una persona adicta deja de tomar los tranquilizantes de golpe, sufrirá un síndrome de abstinencia con náuseas, vómitos, mareos, ansiedad y taquicardia.
El ingreso en una clínica de desintoxicación dura entre ocho y diez semanas. La persona sale sin consumir nada y se realiza un seguimiento que puede prolongarse durante varios años. El tratamiento no se centra sólo en eliminar el consumo de psicofármacos, es necesario aprender a afrontar la ansiedad.
En una segunda fase del tratamiento, cuando la persona está casi desintoxicada en un plano físico, hay que iniciar la fase de deshabituación. El individuo sufre menos temores y es el momento en que debe empezar a aprender que no necesita los fármacos. Por tanto, hay que tratar la ansiedad desde un punto de vista psicoterapéutico. Se trabaja el área cognitiva para que modifique pensamientos desadaptativos, la emocional con técnicas de relajación y la conductual, para que empiece a aceptar que debe enfrentarse a situaciones sin medicarse.