Muchos patrones de comportamiento de usuarios de drogas inyectables
(UDI) dependen, en gran medida, de la droga de su elección. Aquellos
que usan predominantemente heroína, un opiáceo con un efecto
prolongado, tienden a inyectarse con menor frecuencia aunque con mayor
regularidad a largo plazo. Por el contrario, los UDI que emplean
cocaína (un estimulante de corta actividad) son mucho más propensos a
inyectarse con frecuencia, cometer “excesos”, compartir jeringuillas y
llevar unas vidas más caóticas y socialmente desfavorecidas. Entre los
UDI, los que consumen cocaína corren un mayor riesgo de adquirir el
VIH, el virus de la hepatitis C y otras enfermedades que se transmiten por la sangre.
Estas diferencias en los comportamientos en el empleo de drogas de
los UDI han sido perfectamente establecidas por investigaciones
previas. El objetivo del actual estudio consistió en explorar con más
profundidad las redes sociales de los UDI (las características de las
personas con las que interaccionan socialmente y comparten el consumo
de drogas) y los modos en los que estas interacciones varían. Se trata
de un estudio transversal de adultos que consumen drogas de forma
activa y que se habían inyectado drogas al menos una vez en los últimos
seis meses, provenientes de tres grandes programas de intercambio de
jeringuillas y dos clínicas de metadona de Montreal (Canadá), entre
abril de 2004 y enero de 2005.
Los relativamente escasos inscritos en un primer momento (14) que declararon consumir speedball (consumo
regular de una mezcla de cocaína y heroína) fueron excluidos del
análisis, lo que dejó una muestra de 282 participantes que emplearon
predominantemente una droga o la otra (la mitad del tiempo o más). A la
mayoría de las personas de esta muestra (83%) se accedió a través de
programas de intercambio de jeringuillas. A los participantes
procedentes de las clínicas de metadona se les pedía que hubieran
empezado tratamiento recientemente; otros estudios han indicado que los
comportamientos en el momento de inyectarse y de riesgo podrían cambiar
sólo mínimamente poco después de iniciar el tratamiento con metadona.
La media de edad de los participantes fue de 33 años, el 73% eran
hombres, el 90%, de raza blanca, el 88%, solteros, y el 42% tenía unas
condiciones inestables de vivienda. Según sus propias declaraciones, el
19% tenía el VIH (sólo), el 64% tenía el VHC (sólo) y el 19% estaba coinfectado por ambos virus.
De esos 282, 228 (81%) utilizaron cocaína como droga principal, y 54
(19%), heroína. Había una mayor probabilidad de que los usuarios de
cocaína fueran hombres (77% frente a 57%; p=0,004),
de que sus condiciones de alojamiento fueran inestables (47% frente a
21%; p<0,001), de recibir ayudas sociales (81% frente a 56%;
p<0,001), de compartir jeringuillas (24% frente a 9%; p=0,02), y de
estar infectados por el VIH (23% frente a 4%; p=0,003), el VHC (71%
frente a 39%; p<0,001) o por ambos virus (22% frente a 4%, p=0,004).
Los usuarios de heroína fueron más propensos a inyectarse diariamente
(55% frente a 34%; p=0,006) y a emplear con regularidad más de un tipo
de droga (87% frente a 40%; p<0,001).
Los contactos sociales se definieron como aquellas personas con las
que los participantes habían tenido un trato significativo en el mes
anterior, y en los que la persona de contacto había desempeñado un
papel importante en la vida del participante. Los contactos fueron
clasificados en tres categorías: UDI (traficantes de drogas y
compañeros de consumo), sexuales (parejas y clientes) y con un papel de
apoyo social (incluyendo amigos, compañeros de trabajo y miembros de la
familia). Las categorías no fueron mutuamente excluyentes. A
continuación, los participantes proporcionaron información sobre las
personas que habían –anónimamente- nombrado como sus contactos sociales.
Los usuarios de cocaína tuvieron redes de contactos ligeramente
superiores (media de 4,22 frente a 3,30; p<0,001), y muy pocos de
ellos desempeñaron un papel de apoyo social en sus vidas (47,7% frente
a 78,3%, p<0,0001). El análisis multivariable confirmó que los usuarios de cocaína fueron más propensos a tener unas
condiciones de alojamiento más inestables (cociente de probabilidades
ajustado [CP]=3,55, intervalo de confianza del 95% [IC95%]: 1,49-8,40),
a tener VHC (CP= 4,69; IC 95%: 2,14-10,31) y a tener redes de UDI más
grandes (CP= 1,61, IC 95%: 1,14-2,28). Los usuarios de heroína fueron
más propensos a tener apoyos sociales (CP= 0,97; IC95%: 0,95-0,99) y a
emplear más de un tipo de droga (CP= 0,06; IC 95%: 0,02-0,16).
Los autores sugieren la probabilidad de que contar con mayores redes
de apoyo social haría más probable que se incentivase la reducción de
daños, mientras que unas mayores redes entre iguales de usuarios de
drogas probablemente alentarían los comportamientos de riesgo en el
momento de inyectarse. En este estudio, “el tamaño de la red de apoyo
social pareció ser menos importante que la mera existencia del mismo”:
tener cualquier tipo de contacto de apoyo social estuvo relacionado con
un menor comportamiento de riesgo que no tener ninguno. Por el
contrario, el tamaño de las redes de UDI sí que pareció importar: los
mayores riesgos estuvieron relacionados con el mayor número de
contactos de UDI, más que simplemente tener alguno o no.
El equipo de investigadores señala que el estudio fue transversal,
que el uso de múltiples fármacos podría ocultar la distinción entre
“una u otra” de las drogas elegidas, y que las características
declaradas por los encuestados de sus redes de iguales podrían tener
una exactitud limitada. Sin embargo, los investigadores concluyen que
sus hallazgos “subrayan la importancia de considerar las influencias
sobre los riesgos, más allá de las de los propios UDI individuales”.
Los autores sugieren que los UDI consumidores de heroína “establecieron
redes con más facilidad mediante las cuales podrían transmitirse
comportamientos de reducción de daños”, mientras que “las
intervenciones con los usuarios de cocaína inyectada podrían requerir
estrategias alternativas, como una educación centrada en la persona”.